miércoles, 17 de noviembre de 2010

Gatas.

Se desperezan al máximo, hasta formar un arco con sus cuerpos y, en lugar de replegarse, reducen apenas la tensión y permanecen tumbadas con las extremidades extendidas, exponiendo las curvas del vientre y el pecho.

La pequeña, mimosa y muy suya, me mira de reojo desde el suelo jugando a camelarme para que le de su comida antes de tiempo, rasca las uñas en su alfombra y se va a tomar el sol a la cocina maullando falsamente enfadada porque no le funciona la estrategia.

A la otra, mimosa y dueña de todos los trucos para convencerme, le taparé los ojos aún cuando las dos sabemos que finge dormir y no los abrirá, para que la excitación de imaginar lo que le haré en un par de segundos, mientras me siente cada vez más cerca sin tocarla, arquee sus pezones en busca de mi boca, y esperaré a que comience a pronunciar mi nombre para dejarla sin aliento con un soplido suave y lento dibujando su cuello, iniciando el camino que termine con la marca de sus uñas en mi espalda.