sábado, 7 de junio de 2008

CONTENEDOR DE DESPEDIDAS



El tiempo que me queda por vivir en esta isla cabe en el archivador de reservas .
Poco más de 120 separadores de cartón, en absoluto flexibles ni amoldables al volumen de las experiencias que los quieran abarrotar.
Un contenedor metálico y gris, perenne y ajeno a toda incorporación o baja en la plantilla, siempre y cuando quede alguien que le nutra con los faxes de las agencias.

Son cuatro contenedores en uno, que almacenan los datos de todo el año, de cada año. Los botones se ocupan de imprimir cartelitos con los nombres de los meses, y los van rotando de uno a otro, siempre el mes en curso en el cajón superior.
Durante las ocho horas de un turno ( una media de cinco días a la semana), a lo largo de los cuatro últimos años, clasificar documentos en ese archivador se ha convertido en un acto mecánico que pasa casi inadvertido.
Pero basta un instante para que esos letreros pasen a marcar, como relojes con jornadas de cuatro semanas, el tiempo que te queda para hacer todo aquello que no has querido organizar durante casi cinco años.
Ya nada es lo mismo desde ese instante: habrá muchos otros durante los cuales el tiempo te engullirá en bucles para que, simultáneamente, experimentes la pena por dejar atrás el mundo que te has construido y el vértigo de sospechar que, quizá, separarte de esa gene que forma tu mundo no te duela tanto como necesitas creer.

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